Hoy, 16 de octubre de 2014, miles de bloggers de todo el mundo nos unimos en torno a lo que se denomina «Blog Action Day» o lo que es lo mismo Día de acción blog, que no es otra cosa que un evento anual y gratuito por el que los blogueros nos unimos para publicar un post sobre un mismo tema con el objeto de generar sensibilización y concienciación, y con ello un debate global en torno a ello.
Desde que se iniciase este movimiento en el año 2007 he tenido ocasión de participar varios años y en esta edición, junto con otros bloggers pertenecientes a 116 países (1.608) me dispongo a escribir sobre la desigualdad, que ha sido el tema elegido.
Aún recuerdo cuando era pequeño -e incluso hasta hace pocos años- la existencia de dos mundos: el primero y el tercero. Uno, representaba el progreso, el avance, la vanguardia, el bienestar social… lo mejor de lo mejor. Otro, en cambio, significaba la pobreza, la regresión, la incultura y otros sustantivos absolutamente contrarios al primero. Incluso, otras denominaciones de tipo geográfico, refiriéndose al norte (el primero) o al sur (Tercero), señalaban a ciertas zonas del mundo, incluso países, que representaban a esas dos realidades, plenamente desiguales e injustas en las que se clasificaba a un país y lo peor de todos, a los ciudadanos que allí vivían.
Con motivo de esta jornada reivindicativa quiero detenerme hoy en la desigualdad de pequeña escala, aquella que a veces por cercana y cotidiana pasa desapercibida especialmente cuando se trata de actuar para paliarla o para solidarizarnos con quienes la padecen.
Ocurre con demasiada frecuencia que pensamos en la desigualdad con la mirada en países lejanos, esos a los que me refería anteriormente de varias maneras, y en las realidades sociales que en ellos se producen, sobre todo por la imagen que los medios de comunicación y algunos canales sociales, tipo oenegés , nos muestran. Solemos reaccionar con gestos y hechos de solidaridad y generosidad a estas realidades, especialmente movidos por la conciencia y por el estímulo de imágenes o acontecimientos que van asociados a la desigualdad social que campa a sus anchas por algunas zonas del mundo, por motivos muy complejos y seguramente dignos de una extensa reflexión, pero que en buena medida tienen que ver con el crecimiento desorbitado e insostenible, con la explotación de recursos naturales y con la instauración de sistemas que priman los valores materiales sobre los humanitarios.
A pesar de la evidente existencia de esta noble reacción, generalizada cuando hay estímulos externos que nos movilizan, también suele suceder que ante estímulos y realidades más cercanas y cotidianas permanecemos en buena medida impasibles y especialmente estáticos, cuando posiblemente la acción de generosidad y del «bien común» se multiplique de modo exponencial cuando somos protagonistas o ponemos nuestro empeño en ayudar al prójimo, a esa persona con la que convivimos a diario, en entornos geográficos más reducidos. Por citar un ejemplo, es posible que colaboremos con entidades que trabajan por la igualdad y la lucha contra la pobreza en un país lejano, y sin embargo nos mostremos reacios o indiferentes ante desigualdades sociales y de otra índole que acontecen en nuestro barrio o en ámbitos más reducidos.
Ese enorme valor que supone la cooperación, la colaboración, el apoyo y por qué no, la ayuda, al prójimo más cercano, en mi opinión se está perdiendo de manera preocupante, en contra de la otra dimensión global que sin dejar de serlo, no tiene porque ser más relevante que la otra.