Laura Utrilla, la última generación de los Heladeros de Guadalupe
Hay momentos realmente emotivos y singulares que acontecen cuando uno no lo espera y que invitan a la reflexión. El sábado pasado experimenté uno de ellos mientras visitaba el mercado artesanal de Guadalupe ubicado en el recinto interior del Monasterio, concretamente en lo que se conoce como Plaza de Peregrinos.
Acompañado de mi hijo César me topé de lleno con el carrito de los helados de José «El Heladero», una auténtica joya que un buen día desapareció de la esquina de la plaza de Guadalupe (a la altura de la tienda de la Lili) y que forma parte de la historia de Guadalupe, de mi infancia y de mi propia vida. ¡Cuántos helados me habré comido de limòn y también de mantecado! En esta ocasión, su nieta Laura, detrás de esta reliquia y con los utensilios de montar helados, a buen seguro heredados de la estirpe familiar le dispensó a mi hijo César un cucurucho de limón bien servido y con un sabor que a buen seguro nunca olvide jamás. Por momentos me ilusioné pensando que quizás sería el regreso de algo tan genuino y auténtico, aunque poco duró la misma al conocer que más bien era algo testimonial, y que mis deseos -y por lo que he podido comprobar de muchas personas- parecen estar lejos, al menos por el momento.
Resulta curioso y probablemente inexplicable como a veces, los cronistas y las crónicas oficiales de lugares tan importantes como Guadalupe, se preocupan más de recoger otros aspectos y se olvidan de los asuntos y de la memoria del pueblo, de sus vecinos y de todo lo que acontece en sus calles, a extramuros del Monasterio. Y no digo que no se haga, porque estaría mintiendo. Afirmo que no se hace con la misma consistencia y persistencia que con otros aspectos.
Está claro que la Puebla y Villa de Guadalupe tiene un paisanaje diverso y pintoresco, pleno de autenticidad y estrechamente ligado a la historia y a la memoria del pueblo. Cualquier pueblo lo tiene, y este no iba a ser una excepción. José, Leandro, Manuela y otros miembros de la familia con su carrito y sus helados; Fulgencio, con su Kiosko; la Bastiana con sus helados; Joaquina con sus cestas de frutas y hortalizas de temporada; Norberto y la Plaxede con sus churros; María, la de los Bollos; Artesanos, carniceros, tenderos… y un largo etcétera de personajes y oficios. Todas ellas, personas inolvidables y entrañables que bien merecerían permanener inmortalizadas para siempre en archivos o en crónicas, para el recuerdo y también como testimonios del esfuerzo, del trabajo y del emprendimiento, ahora que tanto hace falta y tanto escasea.